LA ARENA COMO PENSAMIENTO:
VIAJE HACIA EL FONDO DEL FONDO
Isabel Expósito Morales
En
Arena-s, último poemario de Carmen Paloma Martínez, la autora compone un
paisaje donde la materia —arena, polvo, sílice, fuego— se convierte en una
forma de pensar. El poemario avanza desde lo físico hacia lo simbólico, y de
ahí a una reflexión más amplia sobre el tiempo, la pérdida y aquello que queda
cuando casi todo se ha deshecho. La arena es aquí, más que un motivo; un
lenguaje.
El libro se estructura como un recorrido.
En la primera parte, los poemas se detienen en lo orgánico: cuerpos que se
hunden o emergen, superficies que guardan huellas, texturas que rozan la piel.
La voz poética observa esa materia con una mezcla de cercanía y extrañeza, como
si en cada grano de arena hubiera un secreto mínimo que vale la pena descifrar.
En estos poemas iniciales, la autora transmite una sensación de búsqueda lenta,
de contacto con algo que se resiste a fijarse del todo.
En las siguientes secciones, los poemas se
vuelven más secos, más cortantes. El desierto y el fuego son ahora los
elementos que sostienen la imagen. El tono se intensifica, y muchos de los
textos adquieren un carácter casi de revelación. Aparecen referencias a
migrantes, a territorios castigados, a cuerpos perdidos en lugares que no
ofrecen refugio. La autora introduce estas realidades sin subrayarlas, dejando
que entren en el poema como parte natural de la erosión que recorre todo el
libro. El resultado es un cruce interesante entre lo íntimo y lo colectivo, que
aporta densidad a la lectura sin abandonar el hilo lírico.
Los últimos apartados reúnen conceptos
como silencio, expolio, ceguera, polvo, fantasmas. Aquí el poemario se
adelgaza: la voz se hace más contemplativa,
como si solo quedara la respiración final de la materia. El silencio no es
vacío, sino residuo. Lo que resta cuando ya casi no quedan palabras.
Una
parte esencial del andamiaje del libro está en sus epígrafes, que no aparecen
como citas ornamentales sino como señales que acompañan el tránsito. Barbery,
Heidegger, Einstein, Cadenas, Lao Tse o Murakami, entre otros, forman un arco
de referencias sorprendentemente cohesionado: desde el pensamiento del origen y
la materia hasta la reflexión ética y el paso por la tormenta. Cada epígrafe
abre una puerta y precisa el tono de la sección que encabeza, de manera que el
poemario se sostiene no solo en sus imágenes sino también en un diálogo
continuo con ideas que apuntalan su recorrido. Gracias a ellos, Arena-s puede
moverse entre lo místico, lo físico y lo histórico sin perder hilo interno.
En este recorrido general hay un poema que
actúa como eje interno: Escarbo en el fondo del fondo, acompañado por un
epígrafe de Lao Tse. En él, la autora realiza un movimiento decisivo: ya no
observa la arena desde fuera, sino que desciende hacia lo que oculta. Este
gesto cambia el tono del libro. Introduce una profundidad que no es solo
filosófica, sino también emocional. A partir de ese poema —y gracias a él— la
arena deja de ser únicamente símbolo de desgaste para convertirse en una
especie de origen posible. Es un texto central porque ofrece un punto de apoyo
desde el cual releer todo lo anterior y lo que vendrá después.
Uno de los logros del libro está en su
imaginería. Carmen Paloma combina elementos minerales, biológicos y míticos de
una forma poco habitual. La sílice como resto de un tiempo remoto, el fango
como materia que une, el fuego como prueba, la ceniza como aprendizaje. Sus
poemas suelen partir de algo concreto para luego abrirse hacia una reflexión
más amplia, sin abandonar del todo su raíz física. Este equilibrio, cuando
funciona en su cima, produce versos de notable fuerza y crea una atmósfera que
sostiene el conjunto.
El poemario también asume ciertos riesgos.
En algunos textos, la acumulación de imágenes o de términos técnicos puede
generar una densidad que exige un ritmo de lectura más pausado. Arena-s tiene
tal intensidad sostenida que, en
ocasiones, deja poco espacio para la respiración o para un cambio de registro.
Aun así, estos momentos no restan coherencia al conjunto; forman parte de una
apuesta estética que reconoce la importancia de la repetición y la insistencia
como modos de pensamiento.
Arena-s es, en su esencia, un libro que
combina ambición conceptual y sensibilidad material. No busca la claridad
inmediata ni la anécdota; prefiere el territorio más difícil de la metáfora que
nace de la propia materia. La autora escribe desde la arena, pero también
contra ella: mira lo que erosiona y lo que salva, lo que se borra y lo que
permanece como un eco.
Al cerrar el poemario, queda la sensación de haber atravesado un espacio que no es solo geográfico y simbólico, sino también emocional. Un lugar de despojamiento, pero también de conocimiento. La tormenta final —la de Murakami— no es tanto una referencia literaria como una manera de nombrar esa prueba silenciosa que recorre todo el libro: una transformación que no hace ruido pero deja marca en la mirada.

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