jueves, 11 de diciembre de 2025

 

LA ARENA COMO PENSAMIENTO:

VIAJE HACIA EL FONDO DEL FONDO

Isabel Expósito Morales

 




En Arena-s, último poemario de Carmen Paloma Martínez, la autora compone un paisaje donde la materia —arena, polvo, sílice, fuego— se convierte en una forma de pensar. El poemario avanza desde lo físico hacia lo simbólico, y de ahí a una reflexión más amplia sobre el tiempo, la pérdida y aquello que queda cuando casi todo se ha deshecho. La arena es aquí, más que un motivo; un lenguaje.

     El libro se estructura como un recorrido. En la primera parte, los poemas se detienen en lo orgánico: cuerpos que se hunden o emergen, superficies que guardan huellas, texturas que rozan la piel. La voz poética observa esa materia con una mezcla de cercanía y extrañeza, como si en cada grano de arena hubiera un secreto mínimo que vale la pena descifrar. En estos poemas iniciales, la autora transmite una sensación de búsqueda lenta, de contacto con algo que se resiste a fijarse del todo.

     En las siguientes secciones, los poemas se vuelven más secos, más cortantes. El desierto y el fuego son ahora los elementos que sostienen la imagen. El tono se intensifica, y muchos de los textos adquieren un carácter casi de revelación. Aparecen referencias a migrantes, a territorios castigados, a cuerpos perdidos en lugares que no ofrecen refugio. La autora introduce estas realidades sin subrayarlas, dejando que entren en el poema como parte natural de la erosión que recorre todo el libro. El resultado es un cruce interesante entre lo íntimo y lo colectivo, que aporta densidad a la lectura sin abandonar el hilo lírico.

      Los últimos apartados reúnen conceptos como silencio, expolio, ceguera, polvo, fantasmas. Aquí el poemario se adelgaza: la voz se hace más  contemplativa, como si solo quedara la respiración final de la materia. El silencio no es vacío, sino residuo. Lo que resta cuando ya casi no quedan palabras.

     Una parte esencial del andamiaje del libro está en sus epígrafes, que no aparecen como citas ornamentales sino como señales que acompañan el tránsito. Barbery, Heidegger, Einstein, Cadenas, Lao Tse o Murakami, entre otros, forman un arco de referencias sorprendentemente cohesionado: desde el pensamiento del origen y la materia hasta la reflexión ética y el paso por la tormenta. Cada epígrafe abre una puerta y precisa el tono de la sección que encabeza, de manera que el poemario se sostiene no solo en sus imágenes sino también en un diálogo continuo con ideas que apuntalan su recorrido. Gracias a ellos, Arena-s puede moverse entre lo místico, lo físico y lo histórico sin perder hilo interno.

     En este recorrido general hay un poema que actúa como eje interno: Escarbo en el fondo del fondo, acompañado por un epígrafe de Lao Tse. En él, la autora realiza un movimiento decisivo: ya no observa la arena desde fuera, sino que desciende hacia lo que oculta. Este gesto cambia el tono del libro. Introduce una profundidad que no es solo filosófica, sino también emocional. A partir de ese poema —y gracias a él— la arena deja de ser únicamente símbolo de desgaste para convertirse en una especie de origen posible. Es un texto central porque ofrece un punto de apoyo desde el cual releer todo lo anterior y lo que vendrá después.

     Uno de los logros del libro está en su imaginería. Carmen Paloma combina elementos minerales, biológicos y míticos de una forma poco habitual. La sílice como resto de un tiempo remoto, el fango como materia que une, el fuego como prueba, la ceniza como aprendizaje. Sus poemas suelen partir de algo concreto para luego abrirse hacia una reflexión más amplia, sin abandonar del todo su raíz física. Este equilibrio, cuando funciona en su cima, produce versos de notable fuerza y crea una atmósfera que sostiene el conjunto.

    El poemario también asume ciertos riesgos. En algunos textos, la acumulación de imágenes o de términos técnicos puede generar una densidad que exige un ritmo de lectura más pausado. Arena-s tiene tal  intensidad sostenida que, en ocasiones, deja poco espacio para la respiración o para un cambio de registro. Aun así, estos momentos no restan coherencia al conjunto; forman parte de una apuesta estética que reconoce la importancia de la repetición y la insistencia como modos de pensamiento.

     Arena-s es, en su esencia, un libro que combina ambición conceptual y sensibilidad material. No busca la claridad inmediata ni la anécdota; prefiere el territorio más difícil de la metáfora que nace de la propia materia. La autora escribe desde la arena, pero también contra ella: mira lo que erosiona y lo que salva, lo que se borra y lo que permanece como un eco.

    Al cerrar el poemario, queda la sensación de haber atravesado un espacio que no es solo geográfico y simbólico, sino también emocional. Un lugar de despojamiento, pero también de conocimiento. La tormenta final —la de Murakami— no es tanto una referencia literaria como una manera de nombrar esa prueba silenciosa que recorre todo el libro: una transformación que no hace ruido pero deja marca en la mirada.


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